sábado, 24 de marzo de 2018

LA FILOSOFÍA COMO GÉNERO LITERARIO Entrevista a Darío Sztajnszrajber


Entrevista: Mario Caparra y M. Laura Blanco
Foto: Gastón Bardy
Una buena porción de artistas y pensadores todavía duerme. Son las 9 de la mañana. Abierta y luminosa, la voz de Darío dice hola y cancela los kilómetros. Dice que la filosofía es un género literario y la frase tiene forma de conjuro. Darío Sztajnszrajber habla con Waykhuli de filosofía y de belleza como si fueran imposibles una sin la otra. Va de la abstracción a la política, de su espectáculo de filosofía y música Desencajados a la angustia, y de Galeano a Nietzche sin perder la poesía. 



“Yo creo que el gesto político en Desencajados es básicamente la des jerarquización de los géneros. Entiendo como gesto político algo que excede a la política partidaria y a las tradicionales formas de hacer políticas; hay toda una política del conocimiento que está en juego siempre que se busca cristalizar disciplinamientos en el mundo del saber, porque no hay forma de ejercer el poder más eficiente que aquella que se asocia con los formatos estancos del conocimiento. En ese sentido, me parece positivo mostrar que la filosofía fluye, que puede conversar con otros géneros y que no hay una jerarquía epistemológica por parte de ninguno de ellos.



”Es un gran gesto político especialmente para la filosofía, porque implica básicamente que no hay supremacía en el saber pero sobre todo que no hay una verdad última. Que es lo que de algún modo funcionaría como criterio para establecer quién está más cerca o lejos de esa supuesta verdad definitiva. Entonces, poner a dialogar la filosofía con la música es una forma de decir: no hay una verdad, hay abordajes, aproximaciones, esbozos y depende entonces mucho más de cómo se recorre el camino que a dónde se dirige. Se trata de hacer filosofía priorizando algo que tiene más que ver con la belleza, no como una manera de resolver nada sino como manera de percibir las paradojas propias de la existencia”.





Waykhuli -Entonces, la filosofía encuentra en el arte un punto de contacto con lo real, una forma de intervenir en lo social…





Darío -La pregunta parte del supuesto de que hay una realidad afuera con la que uno puede dialogar y eso ya es cuestionable. Lo primero, es aclarar que, en mi lectura, la filosofía es un arte, un género literario. No hay que olvidar que la filosofía antes que nada es literatura y la literatura es arte. Salvo aquellos que entiendan a la filosofía como una ciencia con pretensión de verdad, entonces ahí hace ruido. Pero acá estamos haciendo una definición de la filosofía puesta en ese lugar, en el lugar del arte.



Partamos de la famosa tesis 11 de Marx, que dice que hasta ahora la filosofía no ha hecho otra cosa que interpretar la realidad y que de lo que se trata a partir de ahora es de transformarla. Para mí interpretar es ya un acto de transformación. Estamos en tiempos de dogmas explicacionales tan fuertes que postular una hermenéutica filosófica es caer en la idea de que no hay hechos sino interpretaciones y que en las diferentes interpretaciones y encuentros con las interpretaciones de otros está el mayor crecimiento de nuestra comunicación. 



Postular eso es una manera de transformar la realidad con fuerte implicancia social, al menos desde el lugar de la filosofía.  Porque a la filosofía no le cabe resolver los problemas de presupuesto nacional, le cabe en lo que le compete cambiar al mundo. Alentar las interpretaciones es una forma realmente importante frente a una tradición que entiende al saber como un saber transparente, un saber que puede representar la realidad tal como es.





-¿Cómo vivís ese diálogo entre la filosofía y las otras artes? ¿Como una experiencia pacífica, enriquecedora, ideal en el sentido de Habermas o como ámbito de tensión y disputa de saberes y poderes?





-Hay ciertas idealizaciones rectoras de algunos itinerarios, como esa famosa imagen de Galeano de la utopía, que para lo que sirve es para caminar. Yo no anhelo la paz mundial en ese sentido romántico en el que, en nombre de la paz se invade a los pueblos conflictivos. No creo en la paz como concepto idealizado. Habría que ver incluso si la idea de paz que está en nuestra cultura no es una manera de no hacernos cargo de las tensiones y conflictos presentes en cualquier aspecto de la realidad.



Me gusta pensar las tensiones y los conflictos como una instancia creativa de la cultura que invita a seguir creando. Donde hay tensiones, algo se rompe y algo nace. Me gusta una filosofía que analice lo paradojal, lo contradictorio, como categorías para visualizar tensiones creativas. Tensiones que nunca se resuelven, que mantienen la lucha, no para reventar al otro sino para tratar de mostrar tu diferencia frente a las del otro, con la apertura necesaria para que el otro, con su diferencia, te transforme. Si hay conversación, uno puede sostener lo que piensa, pero dejando una fisura por la que a lo largo del diálogo algo del otro entra y te termina transformando.





-La estética y filosofía reconocen una raíz y una mirada fuertemente occidental. Esas fisuras que mencionás ¿permiten un acercamiento a expresiones propias de Latinoamérica, lo que occidente denominó “arte indígena”?





-Yo lo pensaría en relación de lo que venimos hablamos: la posibilidad o imposibilidad del encuentro con el otro. Occidente viene escribiendo la historia. Y con pluma espada llegó a diferentes culturas que además vivían sus propias luchas de poder y sus mixturas. 



Es habitual hacer una lectura de un occidente que invade lugares en los que reinaba la paz y la armonía. Para mí, está buenísimo correrse de los paradigmas esencialistas, no creer que occidente es una cultura de mixturaciones y que en los pueblos originarios hay una especie de esencia que arraiga la cultura, un origen metafísico propio de la tierra, de la raíz. Todo es construido. Una identidad siempre es producto de un constructo. Incluso en la América previa a la llegada de occidente encontrábamos pueblos que iban construyendo su identidad en sus luchas internas, sus alianzas y mixturaciones.



Occidente cargó siempre con la cuestión de la otredad. Se creó a si mismo en función de la negación de sus propios otros y en general, las culturas a las que arribó fueron esos otros a los que o bien incorporó -y por eso: desotró-, o bien aniquiló. Benjamin habla de que la mejor manera de hacer justicia es la restauración de la memoria de los derrotados, entonces me parece que el mejor acto de ética es mantener una pelea permanente por esas voces acalladas o dejadas de lado, para que puedan salir a luz no solo desde sus contenidos sino desde sus formas.





-¿Alcanza con pensar esa restauración desde las instituciones occidentales?





-Exhibir el arte de pueblos originarios en las grandes casas expositoras de pintura del centro de la ciudad no sólo no ayuda al problema sino que lo reproduce. De lo que se trata es deconectar con la otredad de carne y hueso. Entonces esto que dice Mario es clave: un arte que se presenta a occidente como un arte para la contemplación, en los pueblos indígenas es un arte ritual. Occidente no puede entender su carácter ritual o accede a él de una manera etnocéntrica. 



Por eso me parece que es fundamental, en esta posibilidad de restauración de las voces oprimidas, omitidas, que puedan surgir en toda su identidad, que excede la cuestión propia del contenido y avanza hacia esta cuestión de forma, de dispositivo de paradigma diferente. Creo que así se generaría un acto de justicia frente a una situación de injusticia originaria -porque no se trata de pueblos que parten de igualdad de condiciones, sino de pueblos históricamente oprimidos-. Se restituiría el derecho a poder mostrarse desde su propia verdad, en el sentido de la verdad más heideggeriana como apertura de toda una cosmovisión de las cosas.



Además, es la única manera de transformar un acto de poder en un diálogo, en una conversación. Porque tampoco se trata de invertir el sistema, de que occidente vuelva para atrás. Qué cosa tan rara sería, porque tampoco sabríamos adónde tiene que ir. Hasta Europa se ha convertido en una propia diáspora. Es muy interesante hoy pensar qué sería un mundo esencialista, donde  las naciones tuvieran claro cuales son sus orígenes. Me parece que nadie lo encontraría y todos coincidiríamos que en el fondo lo que hay en el inicio no es más que un abismo.

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