sábado, 24 de marzo de 2018

EDUARDO FRACHIA: El que introdujo la tiniebla - Apuntes para mi recuerdo de un Antipoeta / Marcelo Alejandro Caparra

¿Qué es un fantasma? Un evento terrible, condenado a repetirse una y otra vez. Un instante de dolor, quizá.Algo muerto, que parece por momentos vivo aún. Un sentimiento suspendido en el tiempo.Como una fotografía borrosa. Como un insecto atrapado en ámbar.Un fantasma. Eso soy yo.
Guillermo de Toro, El espinazo del diablo.

Ahora estoy aquí, presente –escribió alguna vez el poeta, filósofo y profesor Eduardo Fracchia -. Que nadie me recuerde cuando esté ausente. Quiero estar presente cuando no esté. Para festejar sus 62 años y por esa vieja costumbre espectral -la de pasearse entre los deudos-, Fracchia se hizo presente en estos días. 




En realidad, Fracchia es una presencia insistente en todos los que tenemos algo que ver con las letras o el pensamiento filosófico. Para mí fue, además, el fantasma de la 4ª silla: en las charlas con los amigos, con Tete Romero o con Martha Bardaro, andaba siempre merodeando. Como un sentimiento suspendido, el antipoeta. O “como un evento condenado a repetirse una y otra vez”).

Antes, muchos años atrás, yo desaproveché la oportunidad de conocerlo. En mis años universitarios él accedió por la magia de algún demonio subalterno a visitar a los de Letras para hablarnos de “Respiración Artificial”, la novela de Ricardo Piglia. Yo no le di mucha bolilla porque no entendí nada. O no entendí nada porque no le di mucha bolilla. Así que mi admiración incondicional nace de esa inconfesable arrogancia primordial.

O con palabras de otro poeta: “Fue aquel el instante más mentiroso y arrogante de la historia universal”.

Después cursé 9 o 10 materias de Catequesis en la que fui instruido por los pontífices de la “filosofía magna” [1] y ahí tuve que desaprovecharlo otra vez. Chapoteando en las aguas de, como diría él, “la ortodoxia antropológica, las filosofías esencialistas, primordialmente occidentales, las mismas que terminaron imponiendo el concepto de hombre universal, ahistórico”, olvidé casi por completo la grandeza

del hombre-puente -y no meta- (Nietzsche),

del hombre-tránsito,

de esa ‘figura de arena entre dos mareas’.[2])

Sin embargo, a muchos de nosotros ya nos habían infectado sus Apuntes para una filosofía de la resistencia. Esta obra significó mi primer contacto con una crítica radical a cualquier forma de la arrogancia antropocéntrica: “De padre francés, el yo universal nace en un confortable rincón de Europa en el siglo XVII, y alcanza su vigorosa madurez en Könisberg en el siglo XVIII. Desde entonces, su hijo, el etnocentrismo, recorre el mundo” (p. 51).

Y después, intempestivo, nos enseñó que quien elige lo universal elige nada.
Que una mirada academicista de la filosofía irremediablemente se transforma en alienación y antesala de la nada. Pero que, contra aquella perversión, debíamos promover la preservación de toda vida, de toda belleza.
Que poetizar es el más inocente de nuestros “oficios terrestres” (palabras de R. Walsh). Pero el lenguaje es el más peligroso de los bienes.
Que aunque el poeta sea el centinela de la morada del ser, todo hombre habita poéticamente el reino de este mundo. (Algo de eso estaba implícito en el Homenaje que organizó Martha Bardaro en el Museo de Medios el 8 de julio: la vigencia y necesidad de estar con Fracchia hoy: aunque el desierto esté creciendo y la verdad sea “una Gran Estafa”, un diálogo auténtico –decía el poeta- sólo germina “en el vacío de los dogmas”).

En sus últimos poemas, o por los menos en los que yo leo como si fuesen los últimos, podemos rastrear una ética que Fracchia no pregona pero muestra con claridad (y aquí, otra vez, la sombra de Wittgenstein). Es el tao según Fracchia: ética, en sus Antipoesías, significará el esfuerzo denodado -como en Sísifo-, por exorcizar el absurdo sin caer en dogmatismos:

“La nada no requiere ser comprendida /
Sino combatida”

–dirá en alguna Antipoesía. Y en otra:

“Cuanto más incierto es el futuro, /
más nos atamos al pasado.
Pero toda atadura resulta inútil:
el futuro es tan inevitable como el pasado.”

Cuando lo andaba tanteando la muerte definitiva, Borges la comparaba con un errante laberinto errante, como experiencia no gustada, como una blancura ciega de resplandor. Vallejo incluso profetizó el día y el lugar -París- de su morir. Más humilde o más cauto, Fracchia se contentó con insinuar que

Lo
absurdo es incomprensible
pero
lo incomprensible
no
siempre es necesariamente absurdo (Antipoesía 192).

¿Cómo se mide la estatura de su fantasma?
Permanentemente se lo oye en otras voces. Está presente en el modo en que los docentes que lo conocieron y amaron frasean a Nietzsche o Foucault para enseñarnos ese hondo bajofondo donde el canon se subleva, y para cuando terminan de hablar todos los alumnos estamos persuadidos
de que nada de lo real es racional y
de que el sueño de la razón está pariendo Minotauros.

Repasemos cómo quedó la escena del crimen cuando “se fue”. Hay lo que dejó: el Cogito con hematomas y fracturas múltiples; un puñado de meditaciones filosóficas que se contagian por vía oral; un racimo de poemitas desgarradoramente hermosos.
Y en todos los casos, siempre el mismo problema. No sólo que Fracchia escriba endemoniadamente bien, sino que su antipoesía engendre más antipoesía.

Fracchia introdujo, en mi vida, la tiniebla.

Hay, en Resistencia, una revista de amigos que se llama dibujarnos de nuevo. Un Ciclo de poetas se llamó la rosa hecha escudo. La sala más cordial del Museo de Medios lleva su nombre.

Hasta en los días más neutros deambula por las plazas mal iluminadas su belleza sombría: “Lo bello es la manifestación extrema de lo real” –decía en Apuntes-. Y ahora, en tus manos lector, está goteando algo de esa noche palpitante -cuya abreviatura terrenal es “Waykhuli”-: “Lo bello es testimonio de nuestra condición, lo bello como anticuerpo contra la muerte: La vida desplegada en toda su potencia."

Acaso, y no por casualidad, en el tajo generoso de su columna vertebral, esta primera “inmiscusión terrupta” tenga tatuado el imperativo de ser o ser.

[1] Apuntes para una Filosofía de la Resistencia, página 3.
[2] Apuntes, página 42.

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