sábado, 24 de marzo de 2018

PIBES CHORROS/ Cuando me muera quiero que me toquen cumbia/ Martha Bardaro

Cuando me muera quiero que me toquen cumbia,
y que no me recen cuando suenen los tambores,
y que no me lloren porque me pongo muy triste, 
no quiero coronas ni caritas tristes, 
sólo quiero cumbia para divertirme. [1]
Cumbia colombiana


El 6 de febrero de 1999 moría un adolescente de 17 años, Víctor Vital, y nacía un santo villero, el Frente Vital, al que los pibes chorros le ruegan antes de salir  a hacer sus “trabajos”.  ¿El imaginario villero lo convirtió en santo por su vida o por su muerte?



Antes de entrar en otras consideraciones digamos brevemente que el Frente Vital era un ladrón muy especial. Lo que robaba, pese a los denodados esfuerzos de su madre por lograr que estudiara, como la escuela lo aburría, salía con sus amigos a chorear. Pero lo que obtenía lo repartía entre la gente de la villa: los amigos, las novias, los hombres sin trabajo, los niños.  Ésa fue su vida. La disfrutó tanto como pudo. Fue solidario y querible. 

Su muerte corrió por cuenta del sargento Sosa, “El Paraguayo”, que le disparó cinco balazos aunque  Víctor salió con las manos levantadas en señal de rendición diciendo: ¡No tiren que me entrego! 

Por eso mi pregunta del comienzo. ¿Fue su generosidad, su simpatía, su preocupación por la gente de su villa, lo que lo convirtió en santo, o fue lo injusto de su muerte, una más en la larga lista del gatillo fácil? 

Cristian Alarcón, autor del libro cuyo título es el mismo que encabeza estas incompletas reflexiones, adelantó su contenido en artículos que fue desgranando en el diario Página 12. Allí aparece una testigo del asesinato del frente Vital. Es Laura, una de las vecinas, que dolorida e indignada cuenta: “(…) pude ver cómo lo sacaban y cómo los hijos de puta se reían y gozaban de lo que habían hecho. Los vigilantes lo sacaron destapado, como mostrándoselo a todo el mundo... no lo sacaron como a cualquier cristiano. Yo lo vi, vi las zapatillas que en la planta tenían grabada una ‘v’ bien grande.’ Era la marca que Víctor le había hecho a las zapatillas, la misma V que ahora dibujan los creyentes en las paredes descascaradas del conurbano junto a los cinco puntos que significan ‘muerte a la yuta’, muerte a la policía”.[2] “El odio a la policía es quizá el más fuerte lazo de identidad entre los chicos dedicados al robo. No hay pibe chorro que no tenga un caído bajo la metralla policial en su historia de pérdidas y humillaciones”[3] 

Yo conocía la historia del Frente Vital desde hace tiempo, gracias a los artículos que Alarcón fue publicando en Página 12. Incluso traté el tema en alguno de los  cursos que desarrollé. Lo que ignoraba era que Sabina, la madre de Víctor, empecinada en que sus hijos estudiaran  -que tuvo una vida muy dura a la que le puso el cuerpo sin desfallecer- nació y vivió sus primeros años aquí en nuestro Chaco, cerca de Las Palmas. Su padre trabajaba en el Ingenio Azucarero de los Hardy. Ella y sus hermanos varones debían caminar varias leguas, descalzos, para llegar a la escuela. Ahora, años después del asesinato de su hijo, Sabina sigue poniéndole el cuerpo y las ganas a los desafíos. Creó una ONG llamada Organización por la vida, que mantiene un merendero, una salita para los más pequeños, y acaba de inaugurar un aula para adultos, a la que en algunos casos concurren madre e hijo juntos para aprender a leer a escribir.  No termina allí la actividad de Sabina, sino que también se extiende a la cárcel cada vez que hay un chico golpeado o cualquier otra emergencia. Por pertenecer al Consejo Consultivo de Transparencia, puede entrar a la cárcel cuando es necesario, controlar al personal penitenciario, a la Policía Bonaerense y hasta a la seguridad privada. 

Leyendo el libro de Alarcón me surgen preguntas, muchas preguntas, que por ahora se quedan sin respuesta. No puedo darlas yo sola. Necesitaríamos juntarnos en un equipo interdisciplinario integrado por docentes, sociólogos, asistentes sociales, psicólogos, defensores de los DD.HH.…”El cura párroco de Dock Sud, Jorge Alberto Debenedetti, a quien todos llaman ‘el padre Tocho’, está sorprendido por su minuto de fama. La prensa lo entrevistó durante todo el día de ayer por una corrida suya, de dos cuadras y media, que terminó con la detención de un chico de 13 años que había hurtado un monedero vacío y varios regalos por el Día del Padre que estaban en dos autos. ‘El problema no es el chico. El problema son las instituciones, los políticos, la Iglesia , la familia, las escuelas. Los adultos somos los que no hacemos nada por estos chicos. Y si seguimos sin hacer nada, en un año o en un tiempo más, este mismo chico aparece asesinado, tirado en el campo, y nadie se hace cargo de esa muerte.’ El sacerdote confiesa que al principio se arrepintió de haberlo hecho detener por la policía. ‘Pero tampoco puedo hacerme el distraído –reflexiona-. Creo que el chico ya está en libertad, y me alegro de que eso haya ocurrido, pero lo que tenemos que hacer ahora es hacernos cargo de él. Los curas, la escuela, los asistentes sociales, los psicólogos. No podemos dejar que siga así, sin que nadie le preste atención’.”[4] 
De alguna manera el Padre Tocho responde por mí. Concuerdo con él en que la clave del problema no son los chicos, somos los adultos –ya sea que seamos independientes o trabajemos en alguna institución- . Concuerdo con él en que si seguimos mirando para otro lado muchos de esos pibes chorros aparecerán asesinados o por bandas rivales o por la policía, “tirado en el campo y nadie se hace cargo de esa muerte.” 

Es un tema que lastima y provoca pena y bronca escuchar a algunos opinólogos proponer la fácil y no lo suficientemente reflexionada solución de bajar la edad de imputabilidad. 

En el documento Proteger a nuestros niños/as para no protegernos de ellos, firmado por cientos de organizaciones de derechos humanos, gremiales y sociales, se destaca que bajar la edad de imputabilidad, además de no constituir una real solución, es inconstitucional y contradice todos los pactos de Derechos Humanos firmados por nuestro país ¿Estoy sosteniendo que hay que dejar que los pibes sigan choreando? ¿O que sean detenidos y salgan a las pocas horas? NO. Lo que estoy intentando es que tomemos en cuenta nuestra responsabilidad porque este fenómeno es un producto de una sociedad enferma, enferma de individualismo, de falta de solidaridad, de “sálvese quien pueda”. Por cierto no asumo la idea de que TODOS somos igualmente responsables. Todos lo somos, pero en distinta medida. Hay una responsabilidad fundamental que le cabe al Estado, a sus tres Poderes y a todos sus funcionarios. Ellos tienen en sus manos recursos materiales, personal idóneo, y si no conocen la solución a este drama tienen la obligación de asesorarse debidamente.

Y nosotros, colegas docentes, podemos colaborar desde nuestro humilde puesto de trabajo que es la escuela, el instituto, la facultad, concienciando a nuestros alumnos. Otra vez para que no se malinterprete: no estoy diciendo “Bajemos línea”. Eso no sólo es anti-pedagógico sino anti-ético. Lo que quiero expresar es que ampliemos las perspectivas de nuestros alumnos fomentando el espíritu crítico y contribuyendo a quitarles las anteojeras que les impiden ver, sentir, escuchar, oler, la realidad; anteojeras que la mayoría de las veces han sido construidas por el perverso academicismo que el neoliberlismo ha impreso en la educación,  enseñándoles, con el ejemplo y no con discursos, a valorar al otro diferente. El problema no termina ahí. Silvia Kremenchutzky, Socióloga. Directora de Crisol proyectos Sociales afirma algo que muchas veces pensé, aunque en otro contexto. Acá está lo que dice Silvia: “‘Yo no digo que vivo en la villa’ –me comentaba días atrás un joven cartonero de Ciudad Oculta-. ‘Apenas lo decís la gente cree que sos un chorro’. La secuencia de asociaciones entre jóvenes, pobreza, delincuencia, drogadicción, alcoholismo, parece tener hoy más fuerza que nunca. Mientras se agita el fantasma de la inseguridad, toma cuerpo la profecía autocumplida. Si cuando un joven –un pobre, un ‘paragua’, un ‘bolita’, un cartonero, un limpiador de parabrisas- nos mira, nosotros vemos un chorro y le devolvemos esta percepción, nuestra mirada alimenta su autoimagen y afianza su identidad en este rol” [5]

Lo que está diciendo Silvia desde la sociología, está avalado por la psicología, sobre todo en una de las corrientes que más conozco por la aplicación que tiene en educación, y que es el Análisis Transaccional, elaborado por Eric Berne. También Berne describe la profecía autocumplida. Alguien que tenga baja la autoestima –y nuestros pibes chorros la tienen- ante la mirada desconfiada del otro, se siente amenazado y puede reaccionar agresivamente.Pero esa reacción la provocamos nosotros, con nuestra desconfianza –cuando no nuestro desprecio- hacia el otro diferente.

Queda muchísimo que decir sobre el tema, y más que decir, pensar. Pero el espacio se acaba y quiero cerrar estas breves reflexiones con algunos datos sobre la cumbia villera que tanto disfrutaban Víctor Vital y sus amigos. La estrofa que encabeza este artículo era justamente su preferida. 

Los memoriosos que recuerden las canciones de protesta de los ’60 y ’70 notarán de inmediato una diferencia con la cumbia villera: en ella no hay utopías ni proyectos de cambios políticos. Sólo intenta pintar en toda su crudeza la situación de los pobres, sus modos de ejercer la revancha contra los que lo tienen todo, y la utilización del paco, droga barata y mortífera pero que les permite por un rato escapar a la realidad sin horizontes. 

El grupo emblemático de este subgénero de la cumbia es Damas Gratis, cuyo líder es Pablo Lescano. 

Otro de los grupos, Meta guacha, decía al presentar su disco Lona, cartón y chapa: cantamos “para que aquellos que no viven en las villas sepan cómo vivimos, qué sentimos y qué cosas necesitamos. Quizá de esta manera logren entender que somos iguales a cualquier ser humano, que trabajamos, muchas veces explotados por una sociedad corrupta y que las pocas monedas que nos dan alcanzan para mortadela, queso y si algo queda nos sirve para lona, cartón y chapa, materiales con los que construimos nuestras dignas pero precarias viviendas". [6] 

El autor del artículo sobre la cumbia villera lo cierra con esta sugerente frase: El sonido de los barrios o cómo intentar pasarlo bien cuando se tiene todo en contra.




[1] En: Alarcón, Cristian: Cuando me muera quiero que me toquen cumbia. Bs. Bs., Norma, 2003. p. 30
[2] Alarcón, Cristian: Op. cit. p. 27.
[3] Alarcón, Cristian: Op. cit. p. 28
[4] Rodríguez, Carlos. En: Página 12. 19/ 06/ 07 – Destacado en negrita mío -
[5] Silvia Kremenchutzky: El color de la piel. Página 12 - 02/ 06/ 08
[6] Fiorito, Fernando: Cumbia villera para los pibes. En: http://www.ladinamo.org/ldnm/articulo.php?numero=29&id=738(Destacado en negrita mío)

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