sábado, 18 de agosto de 2018

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Para algunos es casi un lugar común, pero no todo el mundo está siguiendo El cuento de la criada (The handmaid’s tale). Entre amigas es la charla obligada y oscura de los jueves (Cuevana la sube los miércoles). Hay que animarse, eso sí: cada capítulo resulta en una perturbación emocional. Porque hay que atreverse a leer las señales que ofrece nuestro propio presente en ese futuro inmediato que explota (no digamos sin aviso, entonces) mientras la gente trabaja, va al cine, trata de llegar a fin de mes. De golpe todo está roto, es otra cosa, deja de ser argumento de película y empieza a suceder de verdad. Flashback va, flashback viene, la angustia aumenta porque ese pasado reciente se asemeja a nuestro ahora y nos da por presentir que el proceso ya está iniciado hace mucho. Me cago en las distopías que nos muerden los talones de tan cercanas y posibles en un mundo que parece virar a la derecha para quedarse ahí, por lo menos por un tiempo. 

La historia comienza cuando la pesadilla ya está instalada, obligándonos a nosotros, todavía espectadores de la ficción, a preguntarnos cómo llegamos (o cuánto falta, o qué hacemos). 

Y sin ningún ánimo de espoilear, esperanza es sustantivo femenino.

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¡A ESTOS PUTOS LES TENEMOS QUE GANAR! En Uruguay, como en Argentina, el fútbol es una expresión cultural tan popular como conservadora, y lo que gira en torno al juego tampoco escapa de esta máxima, ya que sin lugar a duda es un ambiente dominado por el machismo. En este entorno tan amplio se relacionan jugadores, técnicos, dirigentes, periodistas, barrabravas e hinchas genuinos. Todos más o menos responden a un status quo que es muy difícil de romper ¿Qué sucede cuando uno de estos actores decide revelar su homosexualidad?

Martín Rodríguez se formó en Comunicación en la Universidad del Trabajo del Uruguay y realizó diversos cursos de periodismo, locución y hasta actuación. Ganó el reality “El Once”, conducido por Ricardo “Profe” Piñeyrúa. En 2004 lo convocaron como relator suplente en el programa radial “13 a 0”, tradicional tira deportiva uruguaya, en el que aún hoy continúa. Actualmente es conductor de “Informe Capital” en TV Ciudad y “Muchas gracias, jugadores” en Canal 10, también escribe en La Diaria y relata los partidos mundialistas de Uruguay en DirecTV. En 2015 decidió contar que era gay y hasta la fecha es el único periodista deportivo que ha hecho pública su homosexualidad en Uruguay, un país donde el fútbol se profesa como una religión y es suelo fértil para las manifestaciones más oprobiosamente machistas.

La historia de Martín no arranca como la del típico futbolista frustrado que deviene en periodista o relator, sino que desde los 6 años tenía muy claro que quería transmitir partidos: “Me enamoré de la radio cuando mi padre ponía los partidos los fines de semana por la tarde, fue vocacional”. Al describirse como jugador, como todo uruguayo, es humilde y destaca que, como todo uruguayo, era metedor. Suplantaba su falta de habilidad corriendo, pero a medida que pasaban los años fue perdiendo esa característica física, aunque conservó intacta su inoperancia técnica: “Gracias, pero paso”, responde cuando lo invitan a un picado.

En su adolescencia supo que era gay. Pasados los 20 años inició el sendero para escapar de la doble vida y afincarse firmemente en su identidad sexual. Comenzó hablándolo con allegados, luego colegas de trabajo y todo culminó con un extenso artículo en la prensa local que le permitió dar por terminada una etapa de silencio en su vida: “Cuando empecé a trabajar en los medios esto no lo hablaba con nadie. De a poco lo fui contando. Estoy muy contento por los pasos dados aunque no me considero un ejemplo. Me parece que los verdaderos ejemplos están en aquellos que desde la niñez o la adolescencia tienen el valor de decirlo y se bancan el bullying o la violencia en sus casas. No digo que sea imposible, pero ser feliz sin hablar abiertamente de la orientación sexual es, por lo menos, mucho más difícil. Una vez que di el paso estuve mucho más tranquilo y ahora tengo una vida muy parecida a la que en algún momento soñaba tener”.

Haciendo hincapié en el mundillo periodístico afirma que “en un ambiente tan conservador como lo es la prensa deportiva, todavía hay mucha dificultad para tocar estos temas. Porque es obvio que yo no soy el único gay vinculado al ámbito del fútbol pero en medio de una cultura machista y homofóbica en algunos casos, la homosexualidad es algo que hay que tapar”. Aun así, Martínreconoce que él tampoco escapa de los tóxicos modismos del machismo: “Es muy común en Uruguay cuando un equipo le mete un gol a otro decir ‘lo clavó’, o ‘lo vacunó’ y eso vuelve siempre al falocentrismo”. Tiene una mirada crítica e integral sobre la relación entre la prensa y el futbol, resalta y comprende muchas variables que afectan al esférico: “El periodismo deportivo en Uruguay está muy encerrado en sí mismo. Se olvida de que el fútbol, al igual que cualquier otra disciplina, se da en un contexto que lo determina. Hay coordenadas económicas, políticas o territoriales que no se pueden obviar. El fútbol no es una isla, está cruzado por una serie de datos que hacen a la realidad del país. Y creo que un mejor periodismo deportivo sería aquel que integrara esas otras variables en el análisis. No hay que creer que la pelotita se agota en sí misma. Al hablar de la pelotita, hablamos de la realidad económica, de intereses de ciertos grupos, de empresas, de políticos, etcétera. Me gustaría que el periodismo deportivo, sin dejar de hablar del juego, creciera hacia esos otros lugares”.

Martín Rodríguez es uno de los responsables de inyectar sangre nueva al relato deportivo uruguayo (aparte de fútbol también narra básquet), y como tal, va de cancha en cancha cohabitando con una de las palabras más comunes y frecuentes del mundo futbolístico: puto, el insulto por excelencia que se reitera infinitamente durante los partidos. Se machaca tanto con este agravio que muchos aficionados no lo consideran una ofensa, sino que ha pasado a ser una sana tradición deportiva que forma parte del folclore: “Que me digan puto es algo que va a pasar en la medida en que yo siga trabajando y vaya ganando en notoriedad. Como el deporte despierta muchas pasiones y la racionalidad queda de lado, es posible que en algún momento de controversia haya algún insulto. Pero prefiero quedarme con lo que se gana cuando una persona deja de lado la represión y empieza a vivir la vida que siempre quiso vivir. Me saqué una mochila con mucho peso que la verdad esas situaciones no me hacen ni cosquillas. Por el contrario, si el precio que hay que pagar para estar un poquito más cerca de la felicidad es pasar algún momento incómodo, yo pago ese precio con todo gusto”. Lo más positivo que se puede resaltar por fuera del ámbito profesional es la mesura con la cual el medio futbolístico ha asimilado su homosexualidad: “Tengo que reconocer el respeto. No he tenido ninguna situación desagradable de parte de colegas, dirigentes o cualquier otra persona del fútbol. Lo que se comenta después de que me doy media vuelta, no lo sé ni lo quiero saber. Si me enrosco en eso, me vuelvo infeliz. También es cierto que en paralelo se da la situación de que me hablan poco o nada del tema. Hay todavía miedo y parece que, en el ambiente del fútbol, hablar de estas cosas sigue siendo un asunto tabú”. Para él eso tiene dos lecturas: “habrá quien lo considera parte de la intimidad y no hay por qué meterse y hay otra lectura, un poco más suspicaz, que señala que efectivamente se sigue viendo como algo antinatural o raro, entonces mejor no hablarlo. Lo que debemos entender todos es que la diversidad de orientaciones sexuales e identidades de género son parte de la naturaleza y vienen del fondo del tiempo”.

Cuando se le consulta por qué en pleno 2018 (o 2015, cuando Martín hizo pública su sexualidad) sigue siendo noticia cuando alguien público declara abiertamente su inclinación sexual, el narrador no elude el tema: “Esa sería una discusión en el país ideal, en una realidad en la que a nadie le hiciera ruido cruzarse con un gay en el fútbol, en el taller mecánico, en el Parlamento o en el ejército. Creo que el hecho se vuelve excepcional en la lógica periodística y en la cotidianeidad, ya que lo excepcional siempre tiene un lugar de privilegio en los medios. Pero eso no significa que esté mal hablar de estos temas, sino que hay que tener responsabilidad en la manera de abordarlos. En ese sentido me tengo mucha confianza para plantearlo debidamente y no abaratar la cuestión, porque es una discusión muy interesante. Estamos en una sociedad donde mucha gente no ha salido del closet. Y también sirve para ayudar a los que no abren la cabeza a aceptar nuestra inclinación”.

Actualmente en Uruguay no hay ningún otro periodista deportivo, jugador, entrenador o árbitro que se declare homosexual. Es un tabú y como tal se extiende a la política o al mundo empresarial, dejando solo la cultura como espacio abierto a la diversidad sexual.

Teniendo en cuenta los ínfimos precedentes mundiales donde la relación fútbol y homosexualidad se ha desarrollado sin incidentes, pero con un exilio estigmatizador para quien es sincero con su sexualidad, se puede decir que la historia de Martín Rodríguez es el comienzo de una pequeña alteración reformista al eternamente estado retrógrado del fútbol. Igualmente el periodista es consciente de que sólo una política firme de la FIFA y una apuesta educativa clara en todos los países de la región terminarán con el mayor tabú del fútbol.




*Las declaraciones de Martín Rodríguez han sido robadas a diestra y siniestra de El Observador TV en Youtube, elpais.com.uy y univision.com .

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¡A ESTOS PUTOS LE TENEMOS QUE GANAR!” son textos que vinculan al fútbol y su contexto machista con la pluralidad sexual. Las historias que se cuentan van desde integración y amor con finales felices a historias tétricas y desesperanzadoras, pero siempre la intención es la misma: mostrar un fútbol menos macho y más diverso.


Desde la creación del deporte nos han hecho creer que al fútbol se gana con “huevos” y “metiendo”, que los rivales “son todos putos” que “se van con el culo roto” y “no se la bancan”, todas expresiones falocéntricas para expresar la supremacía del varón por sobre la otredad. Estos textos intentan demostrar que no se trata de un juego de hombría sino de habilidad e inteligencia, y que no gana el que “mete” sino el que “marca” más goles.




miércoles, 15 de agosto de 2018

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“Esta ley no tiene política” dice una diputada, y yo me quedo congelada. Sigo el debate desde la computadora y pienso ¿De qué proyecto será que está hablando? Parece desconocer, ignorar, la política de estado, de género, que significa llevar adelante la campaña que dice “Educación sexual para decidir, anticonceptivos para no abortar y aborto legal, seguro y gratuito para no morir”.

Yo veo desde temprano el debate en mi casa. No pude viajar y estar ahí con esa multitud de mujeres. Fuertes mujeres. No las conozco pero aprendí a sentirlas en el Encuentro Nacional de Mujeres.

Me pongo nerviosa al escuchar el discurso de algunos legisladores y entonces pongo en mute la computadora, dejo la pantalla funcionando, la imagen sigue sola.

Entonces, por mensaje, me recuerdan de la vigilia verde acá, en Resistencia.

Empiezo a pensarme ahí, con la valija de libros y revistas que decidimos como colectivo cultural  mover adonde podamos, a pie, en bici, en la vereda o en una vigilia verde. Vivimos en Resistencia, y así nos pensamos.

Nos tocó un día frío, pero no queremos reconocerlo. Con las compañeras simplemente nos mensajeamos sobre quién llevará una frazada y cómo hacemos con nuestro trabajo. Pero siempre nos pensamos ahí, resistiendo, desde acá.

Soy nueva en la lucha, pienso. Mis compañeras de facultad, del trabajo, del camino, vienen hace rato en esta parte de la historia. Sin embargo, cuando me sumo, cuando me animo a arrimarme, ellas me reciben sin preguntar demasiado. No hace falta explicar nada.

Estamos con mis compañeros, Nico y Mario, en esta mesita de libros y revistas que improvisamos para estar en esta tarde-noche de vigilia. Mientras acomodamos nuestras pocas cosas, la gente empieza a llegar a la vereda frente a la Casa de la Memoria. Hace frío y sabemos que estará más fresco entrada la noche. Estamos en Resistencia.

Temprano llegan ellas, con timidez se acercan buscando un pañuelo verde. En la calle se está armando una pantalla gigante donde transmitirán en vivo el debate en la Cámara de Diputados de la Nación. A dos cuadras y media hay otra manifestación. La de aquellos que prefieren que el aborto siga siendo clandestino y  seguir viviendo como si desconocieran la situación.

Hacemos nuestro primer mate, mientras charlamos y nos acompañamos. Los primeros en llegar, jóvenes, adolescentes, muchos aún con el uniforme de la escuela. Con timidez se acercan a mirar libros y revistas. Nosotros disfrutamos escuchar y participar de las charlas que se generan junto a nuestra mesita.

“Este libro me puede servir, para cuando empiece la carrera: Las mujeres en la historia. Porque nadie te la cuenta. Ni en la escuela ni en ningún otro lugar.” Ella tendrá unos 14 años y está tratando de deconstruir y construir otro tipo de conocimiento.

Mi compañero Nico queda tan atravesado por cada una de estas charlas de las que somos accidentalmente partícipes, que siente la necesidad, con emoción total, de contársela a cada uno de los amigos que nos visitan.

La trasnoche cae fría sobre la ciudad, pero a mi ya me encuentra en casa. Paso la noche despierta siguiendo minuto a minuto el debate y apenas amanece las compañeras nos convocan a juntar fuerzas en la calle.

Estar acuerpadas, entender solo nosotras la energía que podemos tener juntas desde distintos lugares, historias, vidas. Eso me enseñan ellas. Esperar un resultado increíble en una pantalla gigante, en una mañana helada. Ser apenas unas 50 pero sentirnos parte del millón de mujeres que están en Buenos Aires y en todo el país esperando ese resultado, que todos estamos esperando.

A 500 metros en la plaza, la gestión Capitanich está inaugurando otra pantalla gigante. La que quiere que todos vean, la que tiene presupuesto estatal, seguro y gratuito. En minutos nada más al finalizar la votación arrancará el Mundial.

Nosotras y nosotros seguimos en esta otra pantalla, por la que estuvimos toda la noche pasando frío, nervios. Por la que muchas están viendo de qué manera se legisla sobre los cuerpos.

129 votos a favor de una lucha. Mas de 1 millón de mujeres llevando la sororidad como única bandera. La  deconstrucción de muchas empezó, acompañadas y en luchas.

domingo, 12 de agosto de 2018

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Qué fue eso, me pregunto. Intento responderme, poner en palabras el concierto que  Jorge Drexler dio en Resistencia. Pero sólo puedo pensar en mi propio ombligo. Antes de esbozar si quiera una línea, me digo que fui al recital sumida en el periodo más duro y triste de mi vida. (Y se pondría peor al momento de escribir esto, aunque los detalles autobiográficos no vengan al caso). ¿Qué fue eso? Podría parafrasearlo, jugar con sus palabras, decir: una noche de asilo, una oda a lo efímero, un viaje dentro de un banjo, refugiados en una tregua del exterior.

No alcanza. Cumplo con la tarea de que este texto avance, pero no acabo de graficar la experiencia. Porque la sensación fue, más que la de asistir a un espectáculo prefabricado, la de participar de un encuentro magistral donde se nos reveló que la obra de Drexler adquiere su dimensión más profunda y bella cuando se la experimenta en vivo. No en un disco, menos aún en una canción suelta en la ventolera. Ni siquiera si se trata de alguna de esas canciones suyas sin destino de hit y discretamente oscuras que tanto me gustan.

La noche del 31 de mayo, Drexler desembarcó a orillas del río Negro como alguno de los inmigrantes de sus canciones y nos sumió en lo que llamó “el péndulo anímico del concierto”. Nos arropó en crisis existenciales como la de 12 segundos de oscuridad, nos alivió llevándonos a una jungla de jazmines, no mezquinó ninguno de los estribillos que esperábamos cantar, nos sumergió más de una vez en la reflexión de ser una especie en viaje, nos invitó a jugar haciendo chasquidos, remó a capela Al otro lado del río, convidó anécdotas con soltura de narrador y gracia de poeta, junto a sus muchachos nos llevó al orgasmo sonoro con la zamba Alto el fuego. Y hasta hizo lugar para el silencio.


Hace quince años, una profesora de radio nos enseñaba fórmulas para programar el orden de las canciones. Eran irrisorias. Señalaban, por ejemplo, que no se podía bajar la emoción desde una canción muy alegre a una muy lenta u oscura, sino que debía haber una escala, un gris entre ellas. No así a la inversa: se podía ascender sin inconvenientes del más depresivo de los temas al más festivo de los climas. El péndulo anímico del uruguayo arremetió contra esa o cualquier otra estúpida norma. Quizás por eso el concierto consiguió recuperar aquella cualidad de la experiencia, de lo que nos ocurre, de la emoción que no se anuncia, de lo que acontece, porque está vivo, porque le pasa al cuerpo. Como ser feliz en un concierto aun estando en el periodo más duro y triste de tu vida. Como hallar en un concierto un punto ciego de la pena. Como construir ese escondite fundiéndose en un canto colectivo donde todas las emociones caben.

La gran fortaleza de Drexler en vivo es ese péndulo, que es anímico porque es humano y entiende que sólo moviéndonos honramos los que somos, sin anclarnos a ninguno de los puntos cardinales de las emociones, oscilando. Como en aquella canción dedicada a Leonard Cohen e inspirada en los glaciares de Mérida, que casi queda fuera de su último disco y fue mi favorita en el concierto: “Y cuando el momento llegue, honremos nuestras heridas. Celebremos la belleza que se aleja hacia otras vidas. Levantemos nuestra copa por cada causa perdida”.