lunes, 29 de marzo de 2010

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Literatura, Política y Filosofía
Waykhuli 2010 con mucho para decir

Por si ya te estabas olvidando de nosotros, volvemos con una revista cargada de escritores y textos que gritan.

En esta primera edición del año, Waykhuli se da el lujo de contar con un artículo de Martha Bardaro que nos nos invita a leer el libro de Cristhian Alarcón: "Cuando me muera quiero que me canten cumbia" para luego discutir sobre la problemática situacion de pibes villeros.

Lucas Diel comparte algunas "Consideraciones acerca del amor libre" y Marcelo Caparra nos invita a acercarnos a "Robles", la nueva novela de Mariano Quirós.

En la sección de poesía, te invitamos a conocer a Nélida Borelli, una resistenciana que nos convida dos poemas: "Potencial" y "Decidir". Mientras que de un poquito más lejos Pablo Paredes (Chile) nos envía "Cuidado con el perro Quiltro".

Allí no más seguidito, seguimos en el plano literario en nueva seccion "Poiesis informativa" con Mario Caparra y a Rocio Navarro quien nos confesa algunas reflexiones acerca del Pity Alvarez.

No podés perderte ni una sola página de esta nueva Waykhuli y, como si fuera poco, a título de justicia poética te dejamos un regalito de yapa ¿no querés enterarte de qué se trata?

Buscala a tan sólo $2,50 en cualquiera de estos lugares:
  • Los pasillos de la Facultad de Humanidades;
  • El fin de semana 10 y 11 de abril en la Feria Vente Paki a realizarse en el CECUAL (Santa María de Oro 471)
  • O enviarnos tu direccion y te la llevamos a tu domicilio, tan sólo escribinos a waykhuli@gmail.com o entra a waykhuli.blogspot.com y dejanos tu comentario.

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  • "Consideraciones acerca del amor libre" Lucas Diel
  • "Mariano Quirós, el cronista agazapado" Marcelo Caparra
  • "Decidir" y "Potencial" Nélida Borelli . "Cuidado con el perro Quiltro" Pablo Paredes
  • CFK: "Si fuera genia, haría desparecer a algunos" (fuente del titular: www.criticadigital.com) Mario Caparra
  • "Perdónennos, perdónennos" Rocío Navarro
  • "Cuando me muera quiero que me toquen cumbia" Martha Bardaro

viernes, 26 de marzo de 2010

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OPINIÓN

Por Martín Caparrós
25.03.2010

¿Cuándo podremos hacer para los vivos? ¿Cuándo, pensar la muerte antes que llegue, para que tarde más? ¿Cuándo, no ser sus fieles servidores? Un pueblo tranquilo, lejanamente suizo en la parte rica de la provincia más rica del país: Baradero y un problema de motos y muchachos y abusos de poder. Todos en el pueblo saben que esas cosas pasan, las comentan, las condenan incluso:

–Esos canas son unos animales. Si siguen así un día van a matar a alguien.

–Sí, ahí sí que se va a pudrir todo.

Pero esperan. Lo comentan, lo condenan, lo predicen: lo esperan. Entonces, una mañana, pasa: dos chicos que salen de un baile –ya todos lo sabemos– y que, no sabemos bien cómo, son embestidos por unos policías, muertos por unos policías. Y entonces sí, en un par de horas, el pueblo arde: literalmente arde. (De vez en cuando, aquí y en tantos otros sitios, se rompen las barreras: señoras y señores quemando su municipalidad en Baradero, señoras y señores saqueando negocios en Concepción; los desbordes muestran que la aceptación de las reglas es un estado siempre provisorio y que alcanza con una buena excusa, una excepción equis o igriega, para pasarles por encima. Y lo más curioso es que las autoridades comparten esa idea de la excepción que justifica –cagarse en– la regla: al principio el gobierno chileno no quiso mandar a reprimir los saqueos, el intendente de Baradero ordenó a la policía que no actuara.)

En síntesis: el pueblo ardió, porque sí hubo muertes, y las muertes justifican quemar todo. Es, antes que nada, una falta espantosa de imaginación: ¿por qué, cuando todos saben que algo puede pasar, es necesario que pase para causar o justificar la acción? Una falta espantosa de política: la política, supongamos, trata de exactamente eso: de prever lo que puede pasar y ofrecer soluciones antes de que pase.

Pero esa necesidad de muertos es, también, sobre todo, uno de los efectos más persistentes de la dictadura militar: el efecto Madres. “Los legados de la patota militar fueron muchos, variados. No sólo una estructura social que empezó a cambiar entonces y terminó de conformarse con el menemismo, no sólo una economía que renunció a cualquier sueño de producción sofisticada o autónoma, no sólo una banalización de los debates y el consumo cultural, sino también un raro cambio en las formas de la movilización.

–Che, mañana hay una marcha por Cabezas.

–Ah, claro, vamos. Y después se junta en Tribunales con el acto por la Amia

Es notable: el modelo derechos humanos de los años ‘80 organiza buena parte de las actividades políticas actuales –fuera de la politiquería de los partidos tradicionales. En estos años, la mayoría de las grandes movilizaciones en las calles argentinas han salido a preguntar quién mató a los muertos, según aquel modelo: María Soledad, la embajada, la Amia, Bulacio, Bru, Cabezas y los otros. Es curioso que ahora, en tiempos duros, la protesta social que más mueve sea esa: buscar responsabilidades por las muertes”, escribí hace muchos años, y el modelo persiste. Aunque, desde entonces, la derecha también se lo apropió: el ingeniero Blumberg avanzaba sobre el cuerpo de su hijo, la familia Rucci lo intentó, los jefes del Campo en los caminos temían y deseaban una muerte que los llevara en andas al triunfo. Por eso los K, astutos, se cuidaron –y se cuidan– de esa muerte como de la peste más bubónica. Porque las muertes justifican quemar todo: porque nos cuesta mucho hacer política sin muertos.

Es, decíamos, el efecto Madres: un efecto involuntario, que tiñó la política argentina de las últimas décadas. Con una diferencia básica: cuando las madres empezaron a pedir por sus hijos no pedían por muertos, pedían por desaparecidos. No sabían qué había pasado con ellos –querían saber– y suponían que sus hijos todavía estaban vivos, retenidos –en algunos casos era cierto– y que sus reclamos podían devolvérselos. Ahora, en cambio, los reclamos son denodadamente post mortem, y no es lo mismo: parece como si ningún gesto político –ninguna exigencia o petición– fuera del todo legítimo sin su cuota de sangre. Pero no es necesario que sea necesario. “Creo, cada vez más, que en un país donde los vivos están lo suficientemente jodidos podríamos empezar a darle más importancia a sus reclamos. Si no, si seguimos dejando que los pedidos por los muertos ocupen casi todo el panorama, los militares del 76 se siguen burlando de nosotros: no encontramos la manera de dejar de funcionar según el modelo que ellos, con su violencia, nos obligaron a aceptar. Seguimos manteniendo los mismos reflejos defensivos de cuando ellos nos corrieron a tiros y torturas. Seguimos siendo, una y otra vez, sus víctimas”, pensaba entonces.

Y pienso de nuevo ahora, ante la plaza. Este 24, el rito anual se repite: otra vez salimos a la calle el día en que los militares decidieron salir, otra vez la maniobra es defensiva. Pero, en estos últimos años, el sentido de estas marchas fue cambiando –porque la historia ha vuelto.

Uno de los grandes logros del menemismo –que tuvo tantos, tan dañinos– fue acabar con la historia. Durante décadas, la historia había sido un agente político importante en la Argentina: en los sesenta, por ejemplo, un partido podía trazar la línea San Martín-Rosas- Perón y tenía algún sentido; otro podía hablar de Mitre y de Sarmiento como sus antecesores inmediatos, y tenía otro. Menem rompió con todo eso –la historia dejó de tener un signo político claro– y lo celebró tan apropiadamente con una línea de billetes de banco –los primeros convertibles– donde Sarmiento valía 50 y Rosas 20; donde los enemigos que habían sido irreconciliables se conciliaban en el uno a uno, tranquilos, porque ya ninguno significaba gran cosa en aquella promesa de presente continuo.

Desde el 2001, con el fin de la fiesta, la historia fue volviendo poco a poco al debate político. Y el período que lo capturó ya no fue el siglo XIX sino el final del XX: la dictadura militar. Este gobierno fue decisivo para eso: hizo de su repudio a esa dictadura y su dudosa continuidad con los militantes muertos su gran plataforma progre. Con lo cual la dictadura empezó a ser el centro de una conversación que ya no se limitaba a proclamar qué malos eran los malos, militares caca culo pis. Se empezó a discutir, surgieron bandos; contra la difusión de la versión militante pasada por K aparecieron versiones antimilitantes que no se habían atrevido a manifestarse: historiadores de la derecha como Reato u O’Donnell propusieron versiones diferentes de la versión derechos humanos oficial. Y en medio del debate, por fin, empezó a desarmarse la noción consagrada de que la dictadura fue un paréntesis en nuestra vida democrática, abierto en 1976 y cerrado en 1983. En esa lectura moral, despolitizada de la dictadura, “la Memoria” se presentaba como un rasgo común que nos unía: frente a la maldad de esos militares tan malos, estar en contra de ellos y a favor de “la Memoria” se hacía obligatorio. Por eso ayer jueves Clarín se quejaba de que, en la plaza de Mayo, el 24, “la fisura entre ultraoficialistas y opositores empañó un acto que debió ser de unidad nacional”.

Pero, últimamente, más sectores se acercaron a la idea de que el efecto más grave de esos crímenes no fueron los crímenes en sí mismos –con ser tan graves– sino la Argentina actual: que somos la sociedad que esos militares empezaron a armar. O sea: empezaron a leer como continuidad lo que siempre se había leído como corte, y a buscar a sus beneficiarios: se dividían ciertas aguas. El gobierno K adoptó, cuando le convino, esa idea de la continuidad. Cuando rompió con Clarín, por ejemplo, los reproches por sus actitudes en la dictadura y por el origen de los hijos de la viuda de Noble fueron su arma principal, incontestable. (Mientras, la pelea K-medios sigue ardiendo. La Avenida de Mayo, el miércoles, estaba empapelada de tapas pro-golpe de Clarín y La Nación en 1976; el jueves La Nación, que pasó la dictadura con calma y beneficio, les reprochó a los Kirchner –que también– que se quisieran apropiar de los derechos humanos. Y Bonafini, el miércoles, “orgullosa de tener en el gobierno una mujer estoica”, declamó que hay que “ver solamente Canal 7, radio Nacional y AM650”; Página/12 llora en los rincones.)

Son chicanas. El discurso de la continuidad aparece más serio cuando Estela de Carlotto da, en la Plaza de Mayo, una lista de los que estaban y siguen estando, de los que aprovecharon y aprovechan: “…los Macri, los Herrera de Noble, los Bunge & Born, los Perez Companc, los Rocca, Fortabat, Blaquier y su Ingenio Ledesma, la Sociedad Rural Argentina, Mercedes-Benz, Ford, Techint, Acindar y tantos más”. Pero, si se rompe la idea del paréntesis, se hace preciso debatir en qué consiste la continuidad de aquel proceso, dónde está, dónde no: ¿en Clarín y La Nación, Macri y Techint, o también en un gobierno que paga la deuda externa y mantiene una desigualdad extrema? Esa es ahora la discusión dentro de la izquierda y el “progresismo”: cómo se traduce en la política actual esa condena de la dictadura y la defensa de los derechos humanos, esa manifestación por “la Memoria”. Qué significa ir a la plaza el 24 de marzo.

Por eso hubo dos plazas enfrentadas, sintetizando ese debate básico. Porque, de pronto, la dictadura ya no es un hecho indiscutible, fúnebre, religioso; ya entró en la historia, y la historia ha vuelto a ser una herramienta política: un espacio donde el presente está en cuestión.

Fuente: www.criticadigital.com

martes, 9 de marzo de 2010

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Martha Bardaro presenta Algunas formas de la deshumanización

El jueves 18 a las 20:30 en el Centro Cultural Alternativo (Santa María de Oro 471) la inagotable docente Martha Bardaro presentará su ensayo Algunas formas de la deshumanización, seleccionado por la Colección Varvarie del Ananga Ranga Taller.



El subtítulo de la obra, Derechos humanos caídos en el abismo del olvido, augura los puentes que tiende su autora al momento de emprender la reflexión sobre temáticas tan dolorosas y vigentes como los derechos humanos en el Chaco que vivimos.

La presentación estará a cargo del profesor Marcelo Salgado y contará con los delicados aportes musicales de Coqui Ortiz.


SOBRE LA AUTORA

Martha Bardaro es profesora en Filosofía y Ciencias de la Educación egresada de la UNNE. Ejerció la docencia en los niveles secundario, terciario y universitario. Fue militante social en los barrios marginados del gran Resistencia, tarea que marcó profunda influencia en su quehacer filosófico. A causa de esa actividad fue prescindida en 1976 y reincorporada luego del retorno de la democracia.

Es autora de “¿Qué es la Antropología Filosófica? Introducción a una filosofía de lo cotidiano.”-que va por su 3ª edición-, de “Las coplas de Meloni nos enseñan a filosofar”, “Desde lejos… hasta hoy. Filosofía de lo cotidiano II” y de “Filosofía y poesía en Eduardo Fracchia. Una mirada filosófica de las Antipoesías” como también de numerosos artículos publicados en revistas especializadas de Resistencia, Bs.As., La Plata , Méjico y Chile.