martes, 3 de agosto de 2010

Carta de lectores escrita por Marcelo Caparra




Publicada por el "Diario de la Región" sobre el libro "Arquitextos"
Señor Director de “El Diario de la Región”:
¿Se acuerdan del episodio del “donoso escrutinio”? Síntesis Nº 1: la cosa es que mientras Don Quijote andaba por los caminos del interior “desfaciendo entuertos y enderezando agravios”, se le meten en la biblioteca dos personajes, el cura y el barbero. Su objetivo es muy sencillo: discernir qué libros merecen vivir y cuáles ser quemados. Caen todas las novelas de caballería (como corresponde), hasta que llegan al sector de la POESÍA.



“- Éstos -dijo el cura- no deben de ser de caballerías, sino de poesía.
- Estos libros no merecen ser quemados, como los demás, porque no hacen ni harán el daño que los de caballería han hecho; que son libros de entendimiento, sin perjuicio de tercero.
- ¡Ay señor! -dijo la sobrina-, bien los puede vuestra merced mandar quemar, como a los demás, porque no sería mucho que, habiendo sanado mi señor tío de la enfermedad caballeresca, leyendo éstos, se le antojase hacerse pastor y andarse por los bosques y prados cantando y tañendo; y, lo que sería peor, ¡hacerse poeta! que, según dicen, es enfermedad incurable y pegadiza...” (Cervantes Saavedra, El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de La Mancha, Capítulo VI: "Del donoso escrutinio que el cura y el barbero hicieron en la librería de nuestro ingenioso hidalgo").

Algo parecido a esta pesadilla que soñó Cervantes se repitió esta semana en un pueblo del interior de nuestra provincia. Síntesis Nº 2: ciertos “docentes” arrancaron tres páginas del libro “Arquitextos. Herramientas creativas para la producción literaria” (editado por el Instituto de Cultura de la provincia), cierta funcionaria pública puso el grito en el cielo por la educación de nuestros niños y usó la palabra “pedofilia”, dos medios del interior se regodearon con la fiesta del escandalete ajeno y flashearon con tan sonora palabrita, y el Ministerio de Educación resolvió “sacarlo de circulación” (cada vez que un funcionario se preocupa tanto en preservarme la moral, vienen a mí las palabras de otro ex–funcionario, Luciano Benjamín Menéndez: “De la misma manera que destruimos por el fuego la documentación perniciosa que afecta al intelecto y a nuestra manera de ser cristiana, serán destruidos los enemigos del alma argentina”, abril de 1976).

La polémica surgida alrededor de dos páginas del libro “Arquitextos” en Coronel Du Graty no hace más que prolongar el “donoso escrutinio” de Cervantes y la fogata de Menéndez. Escuchemos el diagnóstico lúcido que hizo el periodista y narrador Alfredo Germignani: “Más allá de que se trata de un valioso texto que recogió el trabajo de dos años de taller de la dirección Letras del Instituto de Cultura en distintas localidades de Chaco, y de los evidentes esfuerzos de censura que se procuran algunos sectores de la sociedad –oficiales y no–, resulta sorprendente el espanto, el pavor que le producen a ciertas personas encontrarse en un texto de literatura con las palabras pene, pija, verga, poronga, garcha, concha, clítoris, culo, coger, mierda, puto, ponerla, chota, etcétera.” Para Germignani, sin embargo, el espanto ante tan aberrante léxico no es lo peor: “lo que resulta más increíble todavía es que al no comprender por qué y para qué están puestas ahí, cómo están puestas ahí, las tilden de heréticas y encima les arranquen las hojas al libro. Y mucho peor todavía es que a unos de los poemas –uno en verdad bonito de una poetisa de Barranqueras–, por uno de sus versos lo señalaron de incitar a la pedofilia. Está muy en claro que esta gente no lee ni el almanaque.” (el texto puede leerse íntegro en cunacultura.blogspot.com y en waykhuli.blogspot.com)

Podríamos utilizar aquí argumentos estilísticos, lingüísticos, hablar de jergas y registros, describir los códigos y subcódigos del lenguaje poético. Podríamos hasta lamentar que el destino de la patria esté en manos de Los Picapiedras. Que el Pitecantropus erectus –como el ladrón-, piensa que todos son de su condición. Podríamos culpar a Tinelli y a Ricardo Fort, porque producir, comprender y disfrutar la poesía de este mundo será cada día más difícil, más quimérico, más lejano. Pero no me interesa debatir, ahora y aquí, ninguna de esas cuestiones. Sólo diré algo, si se quiere, más privado y familiar. Detrás del “libro maldito” hay personas. A todas ellas me une una larga amistad. Uno de los autores del libro es mi hermano. Me gustaría que estas palabras que tipeo pudiesen encapsular la incertidumbre y la triste pena que nos han causado. El honor (¿se acuerdan de esa palabrita añeja? Parece también de la época de Cervantes) de esas familias, ¿cómo se limpia? ¿Cómo se repara?

¿Y el apoyo oficial? ¿Y el respaldo institucional a este libro, a todos los libros? Hasta ahora, sigo esperando mientras explotan los portales de noticias y “remueven de su cargo” a una promotora de la lectura de larga trayectoria e indiscutible probidad, como la Prof. en Letras Graciela Barrios. Necesito decir lo que sigue: Señor Ministro, yo lo conozco, Usted me conoce a mi (permítame que NO lo tutee). Como profesor de Literatura Argentina, usted fue un modelo perdurable. Yo presenté sus libros (en 2006, ¿se acuerda?). Usted me honró con su amistad. Le debo esta enseñanza: a los autores fundantes de la Nación, hay que interpelarlos desde su dimensión estética y ética. Si los ciudadanos somos también conciencia crítica, habremos de ser lo que hagamos con lo que han hecho de nosotros –ha enseñado Usted una y mil veces (“Culturicidio”, pág. 17). Ahora bien: cuando se pisotea el derecho a la libre expresión, ¿no se pisotea también un derecho humano? ¿Cuál es la dimensión estética y ética de “sacar de circulación” un libro de textos literarios (o cualquier libro) escrito por adultos para adultos? El silencio elegante sobre ciertos temas, ¿no es también una forma de mala palabra? No pretendo autopresentarme como adalid de nada, no quiero victimizarme, no deseo agraviar Su Investidura. Simplemente le diré por este medio y públicamente, tres cosas. 1ª: he escrito muchísimas cartas de lectores, pero ninguna me ha dolido tanto como esta. La 2ª: fuimos muchos los que esperamos otra actitud de su parte. Ya no. La 3ª: Sepa que algo (en mí y en muchos como yo), algo que nos unía se ha roto para siempre.

Como suele ocurrir, nuestros hijos nos educan. Tres alumnas de un taller que dicté en el interior me escriben en un mail: “Profesor, ¡ahora entendemos la diferencia crucial entre civilización y barbarie! Los bárbaros queman los libros o arrancan sus hojas. Los civilizados (mucho más estratégicos en política, mucho más mansos en disciplina partidaria), prefieren confiscarlos o secuestrar la edición”.
Marcelo Alejandro Caparra

Profesor en ens. Media y Superior en Letras

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