miércoles, 14 de julio de 2010

CINCO RAZONES PARA APROBAR LA IGUALDAD DE DERECHOS



Por Luis Argañarás*

Contra la opinión de otros lectores, funcionarios públicos y referentes de grupos religiosos, sostengo que debe aprobarse una legislación que establezca los mismos derechos y obligaciones tanto para las parejas homosexuales como para las heterosexuales, por una serie de razones de las cuales expongo cinco, refutando a la vez los argumentos de quienes se oponen a esta legislación igualitaria
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La primera: Expresiones como: “Dios condena la homosexualidad”; “La homosexualidad es contraria al plan de Dios”, y otras similares, son empleadas como argumentos por las personas que he mencionado. Las creencias religiosas NO pueden tomarse como base para sancionar leyes que atañen a la sociedad toda y no sólo a un grupo de creyentes. Por otra parte, como han señalado inclusive algunos grupos católicos y evangélicos, el Estado no tiene por qué identificarse con grupo religioso alguno ni éstos con el Estado. Si así ocurriere, estaríamos en una teocracia similar a las que tanto critican nuestros civilizados demócratas, que miran la paja en el oriente ajeno pero no la viga en el occidente propio.
Párrafo aparte merecen los que hablan “en el nombre de Dios”. No conformes con conocer los planes divinos y con mantener, al parecer, una “línea directa” con la Divinidad, pretenden ser sus exclusivos representantes terrestres. ¿No será mucho?
La segunda: Se dice que la homosexualidad es “anormal”, en oposición a la heterosexualidad que es “lo normal”. Quienes razonan de esta manera, confunden lo que es común con lo que es normal. Que ciertas situaciones no sean las más frecuentes no significa que sean “anormales”. Simplemente, no son tan comunes. No es común encontrar en el barrio porteño de La Boca hinchas de River, pero los que hay no son considerados “anormales”, sino simplemente hinchas de otros colores. Valga el ejemplo futbolero.
Suele argüirse que los homosexuales (gay o lesbianas) padecen innumerables trastornos emocionales y psicológicos, que los consultorios de psicoanalistas y terapeutas están llenos de homosexuales y que siempre están en problemas. Respuesta: Lo mismo ocurre con los heterosexuales, que también hacen terapia y también padecen problemas de toda índole. Por lo tanto, el origen de los trastornos debe buscarse en otra parte.
La tercera: suele calificarse a la homosexualidad como contraria a un supuesto orden natural, con lo cual se incurre en una grosera confusión entre naturaleza y cultura. Cuando se habla de “orden natural”, se habla de una abstracción sin existencia concreta. No existe en la realidad cotidiana un orden natural, sino diversas construcciones culturales y sociales. Durante milenios, y en distintos lugares, existieron la homosexualidad y la heterosexualidad sin que la moral o la religión condenaran a aquélla. Sí lo hizo el judaísmo, y con su difusión a través del cristianismo, la llamada “cultura occidental”, tributaria de la moral judeo-cristiana, nos ha hecho creer que es “natural” lo que en realidad es “cultural”.
La cuarta: se vincula a la homosexualidad con una serie de enfermedades. Algunos lectores se han referido a excrecencias y otras cuestiones genitales y urinarias que apenas vale la pena mencionar, por respeto al buen gusto de los lectores. Sólo les recuerdo que el cuerpo humano es fuente de continuas emanaciones y secreciones que nos imponen atender a normas de higiene y pulcritud. Normas válidas para homosexuales y heterosexuales. Basta cumplir esas normas para prevenir los males que preocupan a esos lectores, males que provienen NO de la homosexualidad sino del descuido y falta de información.
La quinta: se habla también de un “estilo de vida gay”, caracterizado por promiscuidad, desenfreno y conductas delictivas y aberrantes. Respuesta: hay heterosexuales que también llevan ese “estilo de vida”. A algunos los conocemos por proximidad. Para conocer a otros más “pesados”, basta recorrer diarios y noticieros, en los que pedofilia, prostitución, abusos, acosos, violaciones, corrupción de menores y maltratos varios son moneda corriente, cometidos por sujetos muy “normales” y “sanos”. Claro, son heterosexuales. A nadie se le ocurriría relacionar su orientación sexual con sus delitos.
¿Con qué autoridad se arrogan, entonces, el derecho de determinar qué es “lo bueno”, “lo normal”, “lo saludable”, “lo natural”?
Por donde se mire a la cuestión, no hay argumentos racionales para negar la absoluta igualdad de derechos que he mencionado al principio. No hay relación causa-efecto entre la homosexualidad y los males que sus críticos le endilgan. Sí hay prejuicios que demuestran falta de información y de formación, y el temor irracional que los intolerantes fomentan ante quienes piensan o sienten diferente de los modelos “estándares”. Una sociedad que ensalza a una “familia tipo” para descalificar a otros grupos familiares y que divide a los ciudadanos en “normales” y “anormales”, mal puede llamarse democrática, y mal puede proteger a los menores que necesitan alimento, abrigo, amor y ejemplos de conducta y de buen trato. Por las razones expuestas, una legislación igualitaria es necesaria y posible, y acorde con la lógica, la razón y la justicia.
Luis Argañarás es docente, militante de larga trayectoria, poeta y dramaturgo chaqueño.



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