jueves, 29 de julio de 2010
Por Alfredo Germignani
En El escritor y sus fantasmas, de 1.963, un brillante ensayo que revuelve en las tripas mismas del oficio de escribir, Sábato explica: “Hay probablemente dos actitudes básicas que dan origen a los dos tipos fundamentales de ficción: o se escribe por juego, por entretenimiento propio y de los lectores, para pasar y hacer pasar el rato, para distraer o procurar unos momentos de agradable evasión; o se escribe para buscar la condición del hombre, empresa que ni sirve de pasatiempo, ni es un juego, ni es agradable”. La observación es harto acertada y aquellos escritores que han dedicado sus vidas enteras a explorar los abismos de la condición humana lo padecieron en el cuerpo. No me cabe ninguna duda que Bukowsky, de no haberse encontrado con la literatura, lo hubiesen metido en algún hospital mental. Que Miller, que en la Francia de los años 30 hasta dormía debajo de un puente distinto cada noche y a duras penas, pasando hambre, parió Trópico de cáncer, por cuya obra enfrentó un procesamiento por obscenidad en su país. Y es que al polémico autor estadounidense le encantaba meterle el dedo en el culo a la América puritana e hipócrita de entonces. Y hacía muy bien. Más atrás en la historia, en la Francia napoleónica, el Marqués de Sade escandalizaba con sus novelas Justine o los infortunios de la virtud e Historia de Aline y Valcour, y por ellas y otros textos lo metieron en un pozo hediento durante más tres décadas. Más acá, el genio de Fernando Pessoa adolecía minado por el alcohol; ni siquiera él –que fue un grande con mayúsculas– pudo evitar el desgarramiento que le causó el acto de la escritura de batalla desde las fosas más oscuras de la condición humana.
La polémica surgida alrededor de dos páginas del libro Arquitextos en Coronel Du Graty no hace más que multiplicar estos fantasmas. Más allá de que se trata de un valioso texto que recogió el trabajo de dos años de taller de la dirección Letras del Instituto de Cultura en distintas localidades de Chaco, y de los evidentes esfuerzos de censura que se procuran algunos sectores de la sociedad –oficiales y no–, resulta sorprendente el espanto, el pavor que le producen a ciertas personas encontrarse en un texto de literatura con las palabras pene, pija, verga, poronga, garcha, concha, clítoris, culo, coger, mierda, puto, ponerla, chota, etcétera. Y lo que resulta más increíble todavía es que al no comprender por qué y para qué están puestas ahí, cómo están puestas ahí, las tilden de heréticas y encima les arranquen las hojas al libro. Y mucho peor todavía es que a unos de los poemas –uno en verdad bonito de la poetiza Miryam Castillo de Barranqueras–, por uno de sus versos que reza empalmándose, cogiéndose niños, lo señalaron de incitar a la pedofilia. Está muy en claro que esta gente no lee ni el almanaque.
Publicado en Revista Cuna cunacultura.blogspot.com
miércoles, 14 de julio de 2010
Contra la opinión de otros lectores, funcionarios públicos y referentes de grupos religiosos, sostengo que debe aprobarse una legislación que establezca los mismos derechos y obligaciones tanto para las parejas homosexuales como para las heterosexuales, por una serie de razones de las cuales expongo cinco, refutando a la vez los argumentos de quienes se oponen a esta legislación igualitaria